
Si nos ponemos a hablar de Bilbao la arrogancia se hace notar en cada frase de quienes queremos esta ciudad. Dejando de lado prejuicios, tópicos y típicos intentaré hablar de ella como la siento y como creo que nunca lo he hecho.
Creo que odio y quiero a Bilbao en las mismas dosis. Es una ciudad despegando y echando a volar tras ese punto de inflexión que supuso un museo bastante conocido. Me encanta que sea pequeña, no soy de grandes ciudades, el hecho de que puedas llegar a cualquier parte andando es un punto a favor en mi ranking. Paseando por sus calles y perdiéndome en las fachadas de sus casas, por sus calles con bares típicos, tiendas especiales y desembocar en la ría. Siento orgullo al ver que la ciudad se recicla, que evolucionamos y que poco a poco vamos dejando pequeños prejuicios de lado para subirnos al carro del mundo.
Sin embargo, no hay cara sin cruz ni derecho sin revés. A Bilbao le falta madurar y digerir todo el cambio como es debido. Sentir el orgullo no está mal pero empieza a ser enfermizo cuando nos empezamos a ver demasiado el ombligo pensando que no tenemos más que aprender. Abrirse al resto es enseñar y aprender, tener la humildad suficiente como para coger de fuera lo que podemos mejorar aquí.
No os voy a engañar, me encanta Bilbao. Me gusta reconciliarme con ella y verla desde otro punto de vista que antes no podía.
Para la siguiente partida: REINONAS